Señora de rojo sobre fondo gris (Miguel Delibes)

«Fue en esa etapa cuando le pintó el famoso retrato con el vestido rojo, un collar de perlas de dos vueltas y guantes hasta el codo. El vestido, de cuello redondo y sin mangas, lo diseñó él para la ocasión. Mi gran curiosidad por ver cómo resolvía el fondo del cuadro no se vio defraudada: lo eludió, eludió el fondo; únicamente una mancha gris azulada, muy oscura, en contraste con el rojo del vestido, más atenuada en los bordes».

Señora de rojo sobre fondo gris (Miguel Delibes)
Reseña escrita en octubre de 2022 y publicada en 2023.

Un hombre pensativo contempla dos pajaritos que se han posado sobre el suelo, delante del banco donde él estaba sentado.
Portada diseñada por María Elena. Realizada a partir de imágenes libres de derechos de autor, obtenidas de Pixabay y editadas en Photoshop hasta conformar el presente collage digital.

Introducción

Cuando leí La sombra del ciprés es alargada (Miguel Delibes) supe que, desde ese mismo instante, todo cuanto leyera de él en un futuro me gustaría. Pues bien, tras abordar otras novelas suyas —aunque todavía tengo pendiente la mayor parte de ellas—, puedo afirmar rotundamente que si ese día hubiese comprado la lotería, me habría tocado, porque no pude estar más acertada en el vaticinio.

Después de la novela del ciprés —o mejor dicho, de «la sombra del ciprés», quise continuar con Cinco horas con Mario y, junto a su esposa (la de Mario), velé el cadáver de su fallecido marido. Después de Mario, llegó Señora de rojo sobre fondo gris, que es justo la novela sobre la que vengo hoy a hablar. Me alegro de haber seguido este orden, porque las dos novelas previas a esta última me han preparado para poder relacionar «Señora de rojo...» con la vida personal de Miguel Delibes.

La sombra del ciprés es alargada fue su primera obra y, en ella, el lector puede entrever el paisaje general de la personalidad de Delibes: hombre introvertido, realista, y con cierta tendencia a advertir los aspectos negativos de la vida, con quien empaticé muy rápidamente. En Cinco horas con Mario, a través del monólogo de la que es su mujer, el lector descubre la forma de ver la vida que tiene la esposa de Mario —a cargo de quien corre la narración—. Pero también, este mismo monólogo contribuye a vislumbrar el carácter de su difunto marido, un hombre en quien el mismo Delibes dijo haber encontrado bastantes similitudes en ideas y actitudes con respecto a sí mismo. En este punto, he de decir que también encuentro al escritor muy reflejado en el protagonista de La sombra del ciprés es alargada, y es que Delibes ponía mucho de sí mismo en cada una de sus creaciones literarias.

Volviendo a Señora de rojo sobre fondo gris, ésta se ha convertido —de las tres novelas que he leído de él— en mi favorita: es una obra muy íntima que Miguel Delibes escribió al cabo de cierto tiempo tras la muerte de su muy querida Ángeles de Castro. He llorado con este libro y, por supuesto, siento profundamente que personas como Ángeles de Castro fallezcan. De haber sido por vejez, la muerte habría resultado relativamente natural; habría sido el fin de toda una vida disfrutada junto al hombre al que quiso y rodeada de sus siete hijos. Ahora bien, cuando la muerte es prematura, como en el caso de Ángeles —que falleció por un infarto en el tronco cerebral, después de que se la operara exitosamente de un tumor—, la muerte parece más forzada y artificial de lo que podría resultar por sí misma. Primitivo Lasquetti, quien —al parecer— es el equivalente ficticio de Francisco Umbral en la novela de Miguel Delibes, le compartió (al pintor, en el libro) estas palabras (seguramente en un intento de infundir cierto ánimo):

Olvídalo, dijo. Las mujeres como Ana [Ángeles de Castro] no tienen derecho a envejecer.

Ante lo que el protagonista de la novela comenta:

Aún quise decir algo digno de ella, algo apropiado a la circunstancia, pero tenía la cabeza confusa y la lengua trabada y no pude hablar. Fue tu hermana Alicia, al verme tan indefenso, la que se apiadó de mí. Me abrazó sollozando y dijo excitada: «Primo tiene razón. Yo no soy capaz de imaginar a mamá con una máscara, babeando en un psiquiátrico o tullida [...]».

Quizás, Primitivo Lasquetti (probablemente el alter ego de Francisco Umbral) y Alicia (hija del protagonista) tuvieran razón. En cualquier caso, a mí me cuesta aceptarlo y, si como lectora (y fan) de Miguel Delibes me supone una gran tristeza el funesto hecho, me hago cargo de cómo debió de pasarlo el propio Delibes —así como sus hijos—. Mientras que Delibes tendía a la introversión, Ángeles era:

Una mujer, dijo, que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir.

¡POSIBLE SPOILER!
Ahora vuelvo a mirar hacia atrás. En primer lugar, surge en el horizonte La sombra del ciprés es alargada, la primera novela de Miguel Delibes, y en la que fallece la mujer de la que se enamora el protagonista (spoiler); un fallecimiento que recuerda, después de haber leído Señora de rojo sobre fondo gris, a la muerte de Ángeles de Castro. La literatura se presenta aquí como una lamentable predicción de lo que sucedería bastantes años después.
Fin del posible spoiler

En segundo lugar, también encuentro un paralelismo en Cinco horas con Mario, novela en que se descubre a dos personajes a partir del monólogo de uno solo: el de la mujer de Mario. Ahora, en Señora de rojo sobre fondo gris, es a partir del monólogo que Miguel Delibes hace —después de transmutarse en el personaje del pintor— que se descubre la personalidad de quien fue su esposa, cuyo nombre (Ángeles) sustituye el autor por «Ana».

Es a Ana a quien descubrimos en Señora de rojo sobre fondo gris, y es ella quien se erige como una triple protagonista: la de la novela, la del cuadro que da título a la novela y la de la vida del autor de la novela; siendo en este último caso bajo su auténtica identidad: Ángeles de Castro.

Ahora sí, dejo a continuación el argumento de la novela.

Argumento del libro

Ana es la esposa del narrador de esta novela o, mejor dicho, era, porque ya no está. Se marchó hace tiempo, pero pervive en el recuerdo de su marido, quien —en forma de monólogo— la hace revivir, tanto para su hija, a quien confía todas las palabras que conforman la novela, como para el lector. Su mujer se manifiesta nuevamente en retazos que la hacen resplandecer. El artista, protagonista del libro de Delibes, se encuentra aún sin inspiración para pintar. Él ha pintado muchos lienzos, pero desde que Ana ya no es, él tampoco puede ser lo que era:

Nunca había llorado ante ella y, entonces, me cogió de las manos y me sentó a su lado, en el sofá, dejando que mi cabeza reposara sobre su hombro. Me acarició la frente: «No te aturdas; déjate vivir», decía. Súbitamente le confesé que no eran los ángeles, sino ella la que pintaba por mí, que yo me limitaba a ser un médium, un eco de su sensibilidad. Aproximó la cabeza para mirarme fijamente a los ojos: «Eres tú quien pinta; métetelo en la cabeza», dijo.

Seguramente, palabras así le diría Ángeles de Castro a su marido (Miguel Delibes) en los momentos de crisis que experimentaría a causa del estado de salud de su mujer. El artista del libro se siente celoso del pintor del cuadro que ha retratado a su mujer en su clímax de belleza, algo que él no ha logrado hacer porque no tiene ya quien le inspire:

Entonces sí, entonces sentí celos del cuadro, de no haberlo sabido pintar yo, de que fuese otro quien la hubiese captado en todo su esplendor.

Aunque inevitablemente es un libro muy emotivo e intenso en lo que respecta a la tristeza, que indiscutible y naturalmente envuelve al protagonista, también cabe destacar los buenos momentos. En verdad, creo que estos instantes tan positivos conforman la parte de mayor peso en la obra, porque son las anécdotas que el artista le refiere a su hija las que hacen que el lector quiera tanto a Ana (Ángeles de Castro). La «señora de rojo» que se alza frente al fondo gris azulado del cuadro era tan intensa y apasionada como el color del atuendo con el que se la retrató. Tenía una nobleza de carácter que asombraba; ni siquiera se acordaba de los enfados. Esto no significa que no supiera mantenerse firme en sus decisiones, sino que aunque sabía que su enojo tenía algún motivo detrás, necesitaba recurrir a un pequeño truco para recordarse a sí misma que, en ese momento, estaba molesta con su marido:

Juzgaba a las personas con un criterio primario: decentes o indecentes, pero ser catalogado como indecente suponía únicamente que había perdido su confianza. No iba más allá, era incapaz de rencores; menos aún de rencores vitalicios. La aburrían. Durante los primeros meses de matrimonio, cada vez que discutíamos, se ataba un hilo al dedo meñique para recordar que estábamos enfadados.

Otro atractivo de su carácter era su inteligencia, que combinaba con una gran sensibilidad. Aunque dejó sus estudios inacabados (los títulos a veces sólo son papel mojado), nuestra «señora de rojo» se erigió al frente de la empresa que su marido iba a emprender: la pintura, en el caso del libro, y la escritura, en el caso de la realidad.

Ese premio nos cambió la vida. Trajo consigo un despegue y una ampliación de horizontes, que nos indujo a preocuparnos más de mi trabajo, nuestros hijos y nuestro dinero. Ella asumió esta tarea espontáneamente, sin imposición de nadie. Y si yo no le pedí la gestión de nuestras cosas, tampoco consideré machista avenirme a que lo hiciera. La nuestra era una empresa de dos, uno producía y el otro administraba. Normal, ¿no? Ella nunca se sintió postergada por eso.

Seguramente, Delibes —cuando indica «Ese premio nos cambió la vida»— está hablando del momento en que ganó el Premio Nadal de 1947 por La sombra del ciprés es alargada. En este instante, Ángeles (Ana) se constituyó como la parte administrativa de un proyecto de dos mitades que, desde que se conocieron por vez primera, se fusionaron de forma definitiva hasta formar una sola. Así pues, no es de extrañar que Miguel Delibes se sumiese en una depresión como la que sufre el protagonista de su novela. El pintor del libro sólo puede sobrellevar la pena con Valium y vino:

Yo sé que si bebo la dosis justa, la veré ahí, tumbada en ese diván, con el vestido rojo del cuadro, con tal nitidez que podría describir la expresión de su rostro y los detalles de su atuendo. Y si no está ahí, la veré por el tragaluz atravesar el camino de grava y, poco después, recostada en el marco de la puerta, inmóvil, observándome atentamente; un poco desmañada pero muy atractiva. Algunas mañanas no la veo, únicamente la oigo, la siento acercarse por detrás haciendo crujir las tablas de roble [...].

Opinión personal

En el argumento, no he mencionado que, aparte de la muerte de Ana, se producen otros acontecimientos también importantes para los personajes del libro. Estos hechos vienen marcados por la época: son años que coinciden con el gobierno de España a cargo de Francisco Franco. Mi intención no es ahondar en ello, puesto que cada persona tiene su ideología al respecto. Por eso, no he aludido a ello hasta ahora, porque lo que a mí realmente me ha conmovido (y creo que también ha de conmover al lector) es la muerte de Ana. No me gustaría que la postura ideológica del lector le empañara la lectura. El lector ha de centrarse en Ana, porque donde el personaje literario del pintor dice Ana, Delibes piensa Ángeles de CastroEsta mujer fue un ejemplo a seguir que falleció antes de los 50 años, dejando en esta vida siete hijos —creo que también algún nieto—, su marido y su positiva energía.

A Miguel Delibes yo ya le había cogido estima, no sólo por lo que percibí en su primera novela, sino por lo que me informé por mi cuenta acerca de él. He revisado bastantes artículos y entrevistas, he visto vídeos y algún documental, he leído las cartas que le escribió a Francisco Umbral (recopiladas en La amistad de dos gigantes)... En definitiva, me ha interesado mucho conocer su personalidad, porque creo ver la mía parcialmente reflejada en la suya, y precisamente por entender su personalidad —y por saber de su mujer a través de su mirada—, me ha dolido tanto que los juegos malignos de la vida desencajaran un puzzle de dos piezas tan firmemente soldadas.

Las mañanas, después de pasear una hora por los jardines de la clínica, transcurrían en el Prado, yo con el Goya negro, ella con el Greco. «Es más espiritual; no estoy para dramas», se justificaba.

Estas palabras —con las que cierro el argumento del libro— las refiere el pintor sobre su mujer, acerca de la visita que hacen los dos —en mutua compañía— al Museo del Prado (Madrid) durante el tiempo en que ella está preparándose ya para la pronta operación a la que la someterán, a fin de extirpar el tumor cerebral que, tras su muerte, sumió a su marido en una profunda depresión.

¡Enriquezca la lectura!

El mencionado cuadro (Señora de rojo sobre fondo gris) lo tenía Miguel Delibes en su despacho, a sus espaldas, tan cerca que lo rozaba cuando retiraba la silla del escritorio sobre el que trabajaba. Estos roces, y algunas manchas de la Coca-Cola que le gustaba beber a Delibes, fueron motivos suficientes para llevar el cuadro a dos hermanas vallisoletanas que lo restauraron con mimo y respeto. Dejaron como nueva la obra en que quedó retratada Ángeles de Castro (Ana, en la novela).

Esta es una curiosa anécdota que puede venir muy bien para enriquecer la lectura del libro. También recomiendo el documental que hizo La 2 dentro de la serie «Imprescindibles» (La X de MAX: La historia de amor de Miguel Delibes) y el libro La amistad de dos gigantes, para profundizar en la relación epistolar que durante décadas mantuvieron como amigos y colegas de oficio Paco (Francisco) Umbral y Miguel Delibes.

Agradecimientos

[...] decía Cervantes: saber sentir es saber decir. Palabras de Luis Landero en su libro El huerto de Emerson. Yo espero haber sabido decir lo que esta lectura me ha hecho sentir. Muchas gracias, visitante, por dedicar tiempo a este blog. ¡Nos vemos en la siguiente ocasión!