El peligro de la historia única (Chimamanda Ngozi Adichie)
«Como sólo había leído libros con personajes extranjeros, me había convencido de que los libros, por naturaleza, debían estar protagonizados por extranjeros y tratar de cosas con las que no podía identificarme. Pues bien, la situación cambió cuando descubrí los libros africanos».
El peligro de la historia única
(Chimamanda Ngozi Adichie)
Reseña escrita en 2022 y publicada en 2023.
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Portada diseñada por María Elena. Realizada a partir de imágenes libres de derechos de autor, obtenidas de Pixabay y editadas en Photoshop hasta conformar el presente collage digital. |
IntroducciónEstas palabras anteriores no son mías, sino de ella: Chimamanda Ngozi Adichie, escritora nigeriana de quien también he leído La flor púrpura, un libro en el que dos hermanos descubren el valor de una libertad que les es robada día a día por el autoritarismo religioso del padre y el bloqueo emocional de la madre. Una novela muy recomendable de la que, sin embargo, no vengo a hablar en esta ocasión. En su lugar, hoy reseño un libro en el que el lector no va a encontrar una historia como la protagonizada por los dos hermanos, Jaja y Kambili, sino un ensayo social ameno sobre un peligro, el que tiene que ver con el modo en que contamos e interpretamos las historias que alguien, quien sea, nos hace llegar. Muchas veces somos nosotros mismos ese «alguien»: el emisor de un mensaje ante el que nos erigimos también como destinatarios. ArgumentoEn El peligro de la historia única, Chimamanda Ngozi Adichie cuestiona lo que se da por sentado cuando debería darse por relativo: la verdad «absoluta» de una historia, la Única Historia. A partir de su propia experiencia como lectora y, por supuesto, como escritora, Chimamanda reflexiona acerca del modo en que las historias, aquello que los demás cuentan y nosotros mismos «nos» y «les» contamos, influyen en la percepción que tenemos sobre el mundo, sobre los países, sobre unas y otras culturas, sobre el entorno más próximo y el más lejano, sobre uno mismo y el vecino... Y en definitiva, sobre aquello que constituye nuestra identidad como sociedad. La Historia (con mayúscula) se ha forjado a partir de muchas historias (con minúscula), tal y como la filósofa Marina Garcés refiere en el epílogo que sirve de cierre al libro de Chimamanda. Tantas son las historias que se han contado, se cuentan y se contarán que aislar una historia de entre muchas es un riesgo y, como se indica en el título, un peligro. Tomar como cierto lo que alguien nos refiere, sin preocuparnos de contrastarlo con otras historias, contribuye a que se forjen estereotipos e ideas preconcebidas que versan sobre todo un pueblo. Los prejuicios existen en las civilizaciones sin excepción y es algo de lo que todos, en mayor o menor medida, hemos participado en algún momento. «Pre» significa «antes de», por lo que los prejuicios condenan con anterioridad a la persona que, hasta entonces, había permanecido sentada en el banquillo, y a la que no se le permite tener un posterior juicio en el que poder defenderse; un juicio que el propio «pre», sin embargo, parece vaticinar. En El peligro de la historia única, Chimamanda recurre a anécdotas propias y ajenas que no duda en compartir con el lector para reforzar la base sobre la que construye su ensayo: el riesgo de tomar una única historia como única verdad de toda una realidad. La primera experiencia que nos comparte es la de su infancia. Acostumbrada a leer novelas inglesas y norteamericanas, la concepción que tenía Chimamanda sobre los personajes que podían interesar al lector se fundamentaba en los protagonistas de esos libros que leía de pequeña: niños y niñas de ojos azules, que hablaban del tiempo —si iba o no a salir el sol— y comían manzanas. Estos personajes los leía en novelas donde el sol de África no brillaba y donde los mangos no estaban incluidos en el menú. Ella gustaba de leer dichas historias. Aparte de entretenerla, potenciaron su imaginación, contribuyeron a cultivar su afán por la lectura y la escritura, la enriquecieron mostrándole una realidad distinta a la suya... Es decir, eran historias definitivamente, y sobradamente, válidas; admisibles. Ahora bien, del mismo modo en que se leen estas novelas y se observa que sus personajes son anglosajones, también hay novelas en las que se visibilizan personajes africanos. Chinua Achebe escribía historias con personajes cuyos tonos de piel se aproximan más al de Chimamanda y cuyas realidades se ajustan en mayor medida a los orígenes de la escritora nigeriana. He aquí pues el peligro de entender una historia como única, y una de sus terribles consecuencias: limitar la creatividad. Chimamanda empezó escribiendo historias que emulaban las que leía de niña, porque creía que sólo estas historias eran las auténticas, las únicas, hasta que el tercio cambió tras descubrir a autores como el fallecido Chinua Achebe: Adoraba aquellos libros británicos y estadounidenses. Avivaron mi imaginación. Me abrieron mundos nuevos. Pero la consecuencia involuntaria fue que no sabía que en la literatura cabía gente como yo. Así que el descubrimiento de los escritores africanos hizo esto por mí: me salvó de conocer sólo un relato de lo que son los libros. Como lectora hispanohablante que soy, leer un libro de una escritora nigeriana me sirve para incorporar nuevos vocablos a mi diccionario personal. Aunque a veces lo logro, si soy sincera, en la mayor parte de los casos, mi intención queda en agua de borrajas; no por falta de interés, sino porque no son sencillos de recordar. Pese a ello, con este me he esforzado, y creo haberlo llegado a interiorizar: nkali. Chimamanda lo nombra y lo explica en su ensayo. Ella lo traduce como «ser más grande que otro»; esta es la acción de ser superior a algo o a alguien. Chimamanda relaciona el nkali con el poder, el que hay oculto tras las historias, sobre todo cuando son «únicas», porque reflejan un solo y único punto de vista, lo que facilita tergiversar la realidad y manipular al destinatario de dicha historia. Por tanto, ¿es este «único» punto de vista el auténtico? Evidentemente, no. En la siguiente cita, la escritora alude al poder de condensar toda la experiencia vital de una sola persona en una única historia, la que se toma por verdadera: Poder es la capacidad no sólo de contar la historia de otra persona, sino de convertirla en la historia definitiva de dicha persona. Quizás, esto anterior lo pone en práctica (con más frecuencia de la que debiera) la prensa rosa. En la cita que recojo en el siguiente párrafo, se refleja el peligro que se corre cuando se narra. Contar algo es jugar con las palabras, y cuando se trata de relatar una historia cronológicamente, el orden en que se disponen y organizan unos y otros episodios influye en la percepción, en la idea que prevalecerá en la mente del oyente/lector una vez concluida la historia. Esto lo ilustra muy bien Chimamanda cuando menciona al poeta palestino Mourid Barghouti, quien decía que hay una identidad mayor a la de un pueblo: la identidad humana. Él estaba convencido —y yo también lo estoy— de que puede despojarse a un pueblo de su identidad contando la historia por el final: [...] si quieres desposeer a un pueblo, la forma más simple de conseguirlo es contar su historia y empezar por «en segundo lugar». Comienza la historia con las flechas de los nativos americanos y no con la llegada de los británicos y obtendrás un relato completamente distinto. No obstante, siguiendo con el ejemplo anterior, tampoco sería justo contar la historia empezando siempre con la llegada de los británicos y no hablar de la previa división y segregación que ya se daba entre nativos en el continente americano. Habría pues que proporcionar todas las caras del icosaedro para luego poderlo armar en su totalidad. Para complementar la anterior reflexión de Mourid Barghouti, yo añado que, se empiece de una forma u otra, el relato que se toma por único, y no por complementario, es el peligroso: La consecuencia del relato único es la siguiente: priva a las personas de su dignidad. Nos dificulta reconocer nuestra común humanidad. Enfatiza en qué nos diferenciamos en lugar de en qué nos parecemos. Da igual que empecemos por «en primer lugar» o «en segundo lugar» si no vamos a contar ambas partes. Si vamos a ofrecer una sola versión y no vamos a proporcionar las dos, la que empieza de un modo y la que empieza del otro, estaremos contribuyendo a sesgar la realidad y este sesgo impulsará en mayor medida unas ideologías u otras. Esto favorecerá a su vez la proliferación de estereotipos que sólo servirán para poner distancia entre nosotros, entre las personas. [...] el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos. Convierten un relato en el único relato.De igual modo, si sólo basamos nuestra narración, nuestra historia o la ajena, en los aspectos ruines, reduciremos la esencia de toda una comunidad a algo sumamente —y únicamente— negativo. Chimamanda dice: [...] insistir sólo en las historias negativas supone simplificar mi experiencia y pasar por alto otras muchas historias que también me han formado.El elixir para evitar intoxicarnos con una sola versión se encuentra en cada uno de nosotros, como bien muestra la autora nigeriana en esta experiencia que comparte en el libro: «Recientemente di una charla universitaria durante la cual un estudiante se lamentó de que los hombres nigerianos fueran unos maltratadores como el personaje del padre en mi novela [se refiere a La flor púrpura]. Repliqué que acababa de leerme una novela titulada American Psycho y lamentaba muchísimo que los jóvenes estadounidenses fueran asesinos en serie.Pero a mí nunca se me hubiera ocurrido pensar, sólo porque acababa de leerme una novela protagonizada por un asesino en serie, que el protagonista representara a todos los estadounidenses. No porque yo sea mejor persona que el estudiante, sino porque, a consecuencia del poder económico y cultural de Estados Unidos, conocía muchas historias del país. He leído a Tyler y Updike y Steinbeck y Gaitskill. No tenía un relato único de Estados Unidos».El error que cometió (seguro que involuntaria e inconscientemente) el estudiante del ejemplo anterior radica en tomar el personaje ficticio, aunque verosímil, del padre de La flor púrpura como vara con la que medir al resto de hombres nigerianos. Chimamanda, algo molesta (como es comprensible), le contestó aludiendo a American Psycho, aunque ella ya entonces era más que consciente de lo que explica en el segundo párrafo: «[...] nunca se me hubiera ocurrido pensar, [...] que el protagonista representara a todos los estadounidenses». Este es un error muy común. Y es un ejemplo también de sinécdoque, tomar la parte por el todo. Personalmente, lo veo mucho cuando se habla (y me incluyo) de África como un país. Geográficamente, entendemos que es un continente, pero a nivel político, social... (sobre todo, cuando es para criticar y juzgar) nos olvidamos de la geografía y decimos «África» donde debería ser «tal o cual país africano». [...] me irrita que se refieran a África como si fuera un país; [...]Aunque lo hagamos sin darnos cuenta, y sin malas intenciones, no podemos tomar siempre lo que sucede en un país como si ello fuese un terremoto que se replicara en todo un continente. No obstante, nadie está libre de error. La propia Chimamanda tampoco lo está y ella misma lo reconoce. El peligro de la historia única no es un ensayo egocéntrico ni escrito con la finalidad de culpar a nadie. Su objetivo es el de concienciar y ella recurre a su propio ejemplo para que el resto tomemos conciencia de nuestro caso particular: Había aceptado el relato único sobre los mexicanos, y no podía sentirme más avergonzada. Así es como se crea una historia única, se muestra a un pueblo sólo como una cosa, una única cosa, una y otra vez, y al final lo conviertes en eso. Es imposible hablar de relato único sin hablar de poder.Sobre los españoles versan también muchos prejuicios. Es cierto que no siempre podemos estar remitiéndonos a las excepciones, pero sí podemos tener esa puerta abierta a los contados casos que se salvan; siempre podemos intentar ser conscientes de que alguien habrá que no cumpla la premisa marcada por el estereotipo. Se trata de adquirir una responsabilidad social que no sólo depende del emisor, sino también del receptor. Ambas partes han de aceptar la tendencia a generalizar y a unificar. Éste es el primer paso para entender que: [...] cuando rechazamos el relato único, cuando comprendemos que nunca existe una única historia sobre ningún lugar, recuperamos una especie de paraíso. Antes de dar por zanjada esta reseña, conviene mencionar que El peligro de la historia única, de Chimamanda, incluye el epílogo Las historias de una idea, de Marina Garcés. En esta última parte, esta filósofa española alude a China como ejemplo de civilización en la que no hay una Historia Única, sino que el saber cultural popular se forja con las historias que cada persona aporta. A diferencia de Occidente, según indica Marina Garcés, lo que a menudo llamamos aquí «cuento chino» no se construye allí a partir de ninguna tesis académica, sino que cualquier persona del pueblo, independientemente de su estrato social, puede transmitir su sabiduría sin que haya un rango de relevancia entre quién puede contar la Historia Única y quién, una mera anécdota. Las historias nos enseñan a relacionarnos con lo que no sabemos, de nosotros mismos y de los otros. «¿Sabías...?», así empiezan casi todas las historias, y por lo tanto apelan a un no saber que nos relaciona. A partir de lo que no sabemos, nos podemos contar cosas, y cada historia que nos contamos deja a su vez muchas otras historias, variantes e interpretaciones por contar. Como vemos, la ignorancia no siempre cierra puertas, sino que también puede abrirlas. Porque donde hay desconocimiento, en algunos casos, es posible imaginar, suponer, pensar y contar historias como las de los mitos; relatos que nos expliquen la realidad, aunque sea durante unos cuantos siglos. Opinión personalComo he comentado al principio de la reseña, el primer libro que leí de Chimamanda Ngozi Adichie fue La flor púrpura (que recomiendo muchísimo). En él se narra la infancia de dos niños educados con un gran fervor religioso que poco tenía de cariñoso. Leer a esta autora, una vez más, en El peligro de la historia única, ha sido una experiencia muy positiva. En este caso, el libro es una breve (pero muy completa) reflexión sociológica sobre el impacto que puede generar en un lector/oyente narrar una historia de un modo u otro, y también leerla de una u otra forma. Chimamanda muestra el riesgo que se corre cuando se cuenta una historia, y también cuando se lee. La forma en que se relata y se entiende lo que sucede en un momento dado, a unas personas concretas, por unos motivos más o menos claros, desde un solo y único punto de vista, acota la realidad; la sesga. Este sesgo conduce a estereotipos, a ideas que no son falsas, pero sí incompletas. Me atrevería a decir que el oyente, el lector, el destinatario que sea, es cómplice o toma parte en la difusión de estos estereotipos, sobre todo si no se preocupa de contrastar la historia que se le cuenta con la narrada desde un prisma diferente. Por eso, quiero destacar el ejemplo que ella pone en el libro sobre cómo fue que, a raíz de leer a escritores africanos (como Chinua Achebe), se dio cuenta de que los personajes de sus novelas no tenían que ser rubios, blancos, con ojos azules y comer manzanas para poder cautivar al lector. Por tanto, este libro supone aprender a ver las historias (incluso las noticias de la televisión) como icosaedros, como cuerpos geométricos de veinte caras, en los que cada cara es una versión, pero no la única, de una sola historia, que deriva en otras tantas. Pienso que tomar conciencia sobre la diversidad de interpretaciones que puede haber, y sobre cómo la forma de narrar las historias repercute en el mensaje, debe ayudar a que nos sintamos más unidos y más reflejados los unos en los otros. Concluyendo, es cierto que no podemos tratar de tener presente en todo momento cada pequeña historia con la que complementar la Historia Única, porque esa historia, la Historia Única, se construye inevitablemente como la Verdadera, la Absoluta, a partir de la tendencia natural del ser humano a generalizar. Lo que sí podemos (y debemos) tener presente es que hay una historia global, cuya prevalencia normalmente se determina por el consenso social de la mayoría y que, sin embargo, siempre puede ampliarse, modificarse, anularse... al contrastarla con cualquier otra historia, por mucho que la tradición oral y/o escrita de esta última haya sido minoritaria. Agradecimientos[...] decía Cervantes: saber sentir es saber decir. Palabras de Luis Landero en su libro El huerto de Emerson. Yo espero haber sabido decir lo que esta lectura me ha hecho sentir. Muchas gracias, visitante, por dedicar tiempo a este blog. ¡Nos vemos en la siguiente ocasión! |