Introducción
Si Vicente Blasco Ibáñez, en Cañas y barro, nos introdujo a La Albufera y al pueblo próximo de El Palmar, ahora, en La barraca, nos sitúa en la huerta valenciana, con sus cultivos de trigo, judías, tomates y otras vituallas características, de la mano de una familia trabajadora, pero nada querida por sus semejantes.
Argumento del libro
Decidido a emprender una nueva vida, Batiste, acompañado de su mujer e hijos, se instala en «la barraca», la misma vivienda que diez años atrás ocupó el «tío Barret», un hombre trabajador convertido por las circunstancias en el asesino de su codicioso patrón. Tras este conocido suceso, en toda una década, nadie se ha atrevido a solicitar el arrendamiento de las tierras del tío Barret. Debido a un pacto tácito, que no se expresa en voz alta, pero que todos en la huerta aprueban con su actitud, las tierras que pertenecieron en vida al tío Barret lo siguen haciendo tras su muerte.
Quedaban de par en par los establos, vomitando hacia la ciudad las vacas de leche, los rebaños de cabras, los caballejos de los estercoleros, [...]
Mientras que para los arrendadores, estos terrenos son un recuerdo de la amenaza que puede suponer un labriego extenuado en caso de rebelión, para los labriegos son un símbolo de la sublevación de la mano de obra campesina contra la opresión. Con la llegada de Batiste, el odio que los habitantes de la huerta sienten hacia sus patronos se aviva con el brío de antaño. Es esta una inquina que, muy mal canalizada por parte de los labriegos, golpeará de lleno a la familia de Batiste, sumiéndola en una inmerecida desgracia sin fin aparente.
Ellos, los actuales vecinos de Batiste, no quieren a nadie en las tierras del tío Barret, y Batiste, que pretende trabajarlas para así poder mantener a su familia, viola sin saberlo la voluntad del resto de labriegos.
La hija mayor de Batiste, Roseta, sufrirá el rechazo, las burlas e incluso los golpes de sus compañeras en la fábrica de seda, que harán que la joven muchacha tema el camino de vuelta a casa por unos páramos en los que la oscuridad no se hace esperar en pleno invierno. En cuanto a sus hermanos, serán víctimas de la violencia con la que sus compañeros de clase les tratarán a la salida de la única escuela que hay en la huerta, la de don Joaquín, un hombre que intenta civilizar a quienes buscan sólo la distracción y no, el trabajo y el estudio.
El ruido lento y monótono que surgía entre los árboles era el de la escuela de don Joaquín, restablecida en una barraca oculta por la fila de álamos. Nunca el saber se vio peor alojado; y eso que, por lo común, no habita palacios.
En cuanto a Teresa, la esposa de Batiste, no podrá integrarse entre sus vecinas, de quienes sólo Pepeta parece escaparse en algo a la mala naturaleza de las gentes del lugar. Por su parte, Batiste apenas saldrá de la barraca y de sus campos, temiendo a Pimentó y a sus secuaces, cuyas únicas vocaciones consisten en empinar el codo en la taberna de Copa, quien ya está más que acostumbrado a que beban todo lo que luego no pueden pagarle.
[...] los traviesos gorriones, posándose en las ventanas todavía cerradas, picoteaban las maderas, diciendo a los de adentro con su chillido de vagabundos acostumbrados a vivir de gorra: «¡Arriba, perezosos! ¡A trabajar la tierra para que comamos nosotros!».
La matanza del caballo de Batiste, el corte del suministro de la acequia que conduce el agua del Túria a sus campos, la injusta condena del Tribunal de las Aguas, las cosechas perdidas, y otras vicisitudes, son sólo algunas de las malas hazañas con las que Pimentó y otros labriegos ebrios y taimados dan la bienvenida a la familia de Batiste en esta parte de la huerta valenciana de Ruzafa y Alboraya. Sólo un único suceso, relacionado con uno de los hermanos de Roseta, logrará instaurar la paz; aunque por poco tiempo.
Opinión personal
La barraca es un clásico de la literatura valenciana que debería ser aún más clásico, es decir, aún más indispensable. Es la segunda novela que he leído de Vicente Blasco Ibáñez, después de Cañas y barro, y le ha reafirmado a mis ojos como otro buen escritor del que la literatura española puede hacer gala. Los dos ejemplos que dejo a continuación muestran la belleza que desprende su prosa y las envolventes descripciones que hace de unas tierras que conozco bien, por haberlas visitado, por haber vivido en sus proximidades y por haberlas visto en ocasiones desde el tren.
[...] y si encontraba algún árbol cargado de pájaros, allí se quedaba embobado por el revoloteo y los chillidos de estos bohemios de la huerta.
[...] gorjeaba el clarinete, hacía escalas el cornetín y el trombón bufaba como un viejo gordo y asmático.
¡Enriquezca la lectura!
Vicente Blasco Ibáñez nació en Valencia, aunque su familia era originaria de Aragón. Como muchos otros aragoneses, sus padres se marcharon a la capital levantina para desarrollar ahí sus vidas.
Gracias a su amistad con un editor, desde bien joven estuvo en contacto con los libros. Activo también en la política (fue incluso diputado), Blasco Ibáñez fundó su propio periódico: El Pueblo, para el que Sorolla pintó un óleo que sirvió como cabecera del diario.
Ambos, Blasco Ibáñez y Sorolla, mantuvieron una relación de amistad. Juntos contemplaban el Mediterráneo desde la casa de Blasco Ibáñez, ubicada en la Playa de la Malvarrosa (Valencia). No obstante, también tuvieron sus diferencias (bastante importantes): Sorolla no veía con buenos ojos los escarceos amorosos de Blasco Ibáñez, a quien —ya en su infancia— los paisajes de la Albufera, con sus barracas a pie de agua, cautivaron.
Así pues, La Albufera y la huerta valenciana, con campos extendidos por Ruzafa, Alboraya..., fueron tomadas como escenario para sus historias. Una prueba de ello son sus obras más naturalistas y costumbristas, como La barraca; Entre naranjos, que no he leído (todavía), o Cañas y barro.
Despertaba la huerta, y sus bostezos eran cada vez más ruidosos. Rodaba el canto del
gallo de barraca en barraca. Los campanarios de los pueblecitos devolvían con ruidoso badajeo el
toque de misa primera que sonaba a lo lejos, en las torres de Valencia, esfumadas por la distancia.
Con estos bostezos de la huerta valenciana, zanjo la reseña.