Portada diseñada por María Elena. Realizada a partir de imágenes libres de derechos de autor, obtenidas de Pixabay y editadas en Photoshop hasta conformar el presente collage digital.
IntroducciónAl igual que hice en otra ocasión, con un libro de Virginia Woolf, para esta novela de Miguel Delibes, he realizado nuevamente dos reseñas.
El potencial lector puede escoger así entre una reseña más breve, que proporciona una visión global de esta historia sucedida en Ávila, y otra más extensa, que ahonda con más detalle en la trama. Hay absoluta libertad para elegir la versión que se prefiera, y juzgar si se necesita más o menos información sobre lo que La sombra del ciprés es alargada recoge en sus páginas.
Quizás, la reseña más extensa es una buena opción para quien, tras haber leído el libro, desea contrastar su punto de vista sobre la lectura con la perspectiva que comparto yo aquí. Argumento (versión breve)La sombra del ciprés es alargada es una historia dividida en dos. En la primera parte, Miguel Delibes nos presenta a Pedro, quien narra en primera persona su paso por las tres etapas claves de su vida, que forjarán su carácter adulto. Mientras que, en la segunda parte, puede verse a un Pedro ya maduro, en quien la infancia, la adolescencia y la temprana adultez han cuajado, con una visión vital marcada ya por ciertas experiencias:
Si fuera posible [...] hacer un estudio médico de las personas que participamos en aquella terrible guerra, resultaría que los mutilados psíquicos somos bastantes más que los mutilados físicos que airean sus muñones.
Casi desprovisto de emociones, a modo de cicerone, Pedro nos traza un recorrido por las circunstancias que, dentro de su entramado vital, le han llevado a entornar su mirada hacia dentro, hacia un «mundo ulterior» al de quienes le rodean. Su orfandad ha contribuido a ello: Don Mateo, Doña Gregoria y Martina son prácticamente las tres únicas personas, aparte de la sirvienta, con las que Pedro se relaciona en su infancia y adolescencia.
De mi primera niñez bien poco recuerdo. Casi puede decirse que comencé a vivir a los diez años, en casa de don Mateo Lesmes, mi profesor.
Don Mateo se ocupa de su manutención y educación. Aunque hay más alumnos, la principal diferencia entre ellos y Pedro estriba en que la escuela de Don Mateo es también el lugar donde Pedro desayuna, come y cena; donde hace vida.
La monotonía con la que se suceden sus días en Ávila se ve inesperadamente interrumpida por la llegada de Alfredo. Ambos compartirán habitación y la camaradería no tardará en surgir como un refugio frente a un contexto sumamente deplorable, con un Don Mateo triste, pensativo y pesimista; una Doña Gregoria seca y fría; y una niña de apenas tres años, Martina, que salvo llamarles «nene, nene», no tiene otro punto en común con estos dos «hermanos» que le son impuestos.
Se sentía humillada, desprestigiada, en su sexo, en su amor propio, en su educación esmerada de hembra hecha para estatua y no para pedestal. (Palabras del narrador, a propósito de Doña Gregoria)
La complexión delgada, el escaso peso y la tos que acompañan a Alfredo pronto le quitan el sueño a Pedro. En una visita al cementerio, ambos observan que la sombra del ciprés es alargada, razón por la que Alfredo no quiere que, cuando hayan de enterrarle, lo hagan bajo este árbol. Él prefiere la sombra redonda y simpática del pino, más frondosa, menos acuchillada que la del ciprés. ¡POSIBLE SPOILER! Así pues, cuando Alfredo fallece (spoiler), Pedro cumple con la voluntad de su amigo: se asegura de que sea enterrado bajo el pino, mientras que sobre su corazón (el de Pedro) extiende el ciprés su larga sombra. Fin del posible spoiler
Pensé que las cosas largas, afiladas, eran más tristes que las redondas. Di la razón a Alfredo, por su elección de un lugar de reposo sombreado por un pino. Me percaté de que hay temperamentos que parecen agujas y temperamentos que parecen dedales. Temperamentos incisivos y temperamentos receptores. Imaginé que una sombra determinada cobija a los hombres en la vida lo mismo que en la muerte. Adiviné que la sombra que a mí me cruzaba el corazón era alargada y fina como la de un ciprés; idéntica a la que partía en dos la lápida de Manolito García [...] Opinión personalMiguel Delibes es uno de mis escritores favoritos, igual que también lo son Carlos Ruiz Zafón, Charles Dickens y las hermanas Brontë. Para mí, todos ellos tienen una pluma que encandila, y no me gusta una única obra de sus estanterías, sino varias. Forman parte de la lista de esos autores de los que leer un libro es suficiente para saber que los que vendrán detrás, probablemente, gustarán tanto (e incluso más) que los anteriores.
La sombra del ciprés es alargada es la primera novela que publicó Miguel Delibes. Es también la primera novela que he leído yo de él. Triste como ella sola, pesimista como ella sola, realista como ella sola, pero perfectamente comprensible, coherente, bien justificada, argumentada y, en definitiva, muy humana; con enunciados tan originales y acertados como el que sigue:
— Dormir poco es perder vida también, ya que la que se vive a costa del sueño se vive sólo a medias.
Las circunstancias del protagonista (Pedro) no son nada sencillas. Ya desde bien pequeño transita por derroteros bastante difíciles de sobrellevar a nivel emocional. Si las experiencias que le suceden en su infancia y temprana juventud, tan próximas a la muerte, no son fáciles de gestionar para un adulto, ¡cuánto menos han de serlo para un niño!
El hombre acostumbrado a dos, si le dan tres, será feliz; si desciende a uno, apenas percibirá la diferencia. El habituado a diez, si baja a tres, difícilmente sabrá acomodarse a esta limitación; si llega a veinte, no por ello aumentará su dicha, porque hay una raya en que, rebasada, las conquistas no proporcionan felicidad.
Es un libro que recomiendo sin duda, porque tiene mucho que aportar. De hecho, es, de los escritos por Miguel Delibes, al que más cariño tengo. Me impactó mucho, y fue el que me sirvió de entrada a la «literatura deliberiana». Eso sí, quizás no sea conveniente leerlo en horas bajas —aunque en este último caso, si se me permite la expresión, podría servir como «terapia de choque»—.
El argumento de La sombra del ciprés es alargada se ajusta en gran medida a la personalidad de Miguel Delibes y al carácter que, tanto él como las personas de su entorno, afirmaban que tenía.
Siempre he dado importancia a las manías, porque estimo que ellas son las que definen un carácter [...] (Fragmento de «La sombra del ciprés es alargada»)
Por referir otro libro que podría aproximársele —aunque considero que no con el mismo acierto—, apunto aquí El extranjero. Esta novela breve, de Albert Camus, guarda semejanza con La sombra del ciprés es alargada en cuanto al cuestionamiento del sentido de la vida y de la muerte; aunque, en el caso de Camus, la respuesta a esta búsqueda del sentido de toda existencia se resume en lo que él denominó absurdismo filosófico, el cual es parcialmente responsable de que el libro de Camus no fuera de mi agrado (a diferencia del de Miguel Delibes).
A pesar de ser consciente de que la intención de la novela de Camus no reside en que el lector empatice con su protagonista, y aunque comprendo esto racionalmente, no lograr conectar con ningún personaje, ni con la trama en sí misma, me llevó a transitar por El extranjero sin pena ni gloria; salvo en la parte final, cuando sucede el juicio: un puntazo que Albert Camus puede anotarse indudablemente a su favor.
Volviendo al protagonista de Miguel Delibes, sí pude ponerme en los zapatos de Pedro (como dicen los ingleses), y calzarme sus pensamientos y emociones, para observar así la realidad con sus mismos ojos. He podido comprenderle, aunque no ayudarle. No obstante, no está todo perdido, puesto que esta lectura, aunque a Pedro no le sirve, sí puede ayudar al lector a entender una cosa: que en esta vida, como amamos lo que tiene caducidad (lo que tiene una fecha), sentir afecto por alguien puede doler. Pero todavía duele más contar con esta posibilidad y no desarrollarla por miedo a que la pérdida asome por nuestra ventana. El bienestar parece tener a veces un principio de deterioro inherente que intensifica el miedo a perder ese remanso de paz que tanto ha costado conseguir. Y este temor aboca tanto (o más) a la tristeza como el amor que se tuvo por alguien y que, por circunstancias de la vida, se perdió.
Me percaté entonces de que la alegría es un estado del alma y no una cualidad de las cosas; que las cosas en sí mismas no son alegres ni tristes, sino que se limitan a reflejar el tono con que nosotros las envolvemos.
Esta es una de las moralejas que, si se quiere, se podría extraer de esta novela de Miguel Delibes. Por supuesto, no siempre es fácil estar abierto a dejar fluir las emociones que sentimos por las personas a las que amamos: padres, amigos, cónyuge... También creo que si Pedro se quedó estancado en su miedo, fue porque la vida, en cierto modo —como el lector descubre al final— le dio un poco la razón. Y, si no la razón, sí un motivo que Pedro encontró suficiente para reafirmarse en su decisión de alzar una barrera entre las embestidas de la vida y sus sentimientos.
La felicidad o la desdicha era una simple cuestión de elasticidad de nuestra facultad de desasimiento. (Palabras del propio Pedro) Agradecimientos[...] decía Cervantes: saber sentir es saber decir. Palabras de Luis Landero en su libro El huerto de Emerson. Yo espero haber sabido decir lo que esta lectura me ha hecho sentir. Muchas gracias, visitante, por dedicar tiempo a este blog. ¡Nos vemos en la siguiente ocasión! |