La sombra del ciprés es alargada (Miguel Delibes) VERSIÓN EXTENSA

«[...] la sombra que a mí me cruzaba el corazón era alargada y fina como la de un ciprés; idéntica a la que partía en dos la lápida de Manolito García [...]».

La sombra del ciprés es alargada
(Miguel Delibes)
Reseña escrita en 2022 y publicada en 2023.

Un hombre joven pasea junto a su perro.
Portada diseñada por María Elena. Realizada a partir de imágenes libres de derechos de autor, obtenidas de Pixabay y editadas en Photoshop hasta conformar el presente collage digital.

Introducción

Al igual que hice en otra ocasión, con un libro de Virginia Woolf, para esta novela de Miguel Delibes, he realizado nuevamente dos reseñas.

El potencial lector puede escoger así entre una reseña más breve, que proporciona una visión global de esta historia sucedida en Ávila, y otra más extensa, que ahonda con más detalle en la trama. Hay absoluta libertad para elegir la versión que se prefiera, y juzgar si se necesita más o menos información sobre lo que La sombra del ciprés es alargada recoge en sus páginas.

Quizás, esta reseña (más extensa) es una buena opción para quien haya leído previamente el libro. Así no sentirá que se le desvelan partes importantes de la trama (si bien, a lo largo de la reseña, he indicado de forma bastante visible cuándo hay riesgo de spoilers).

Argumento (versión extensa)

La sombra del ciprés es alargada y por esta misma razón Alfredo no quiere que le entierren bajo este árbol en el cementerio. Él desea que lo hagan bajo la sombra redonda y simpática del pino, más frondosa, menos acuchillada que la del ciprés. Es cierto que todavía su día no ha llegado, pero Alfredo prefiere curarse en salud y depositar este deseo en su fiel amigo: Pedro.

Sí, de todos modos prefiero descansar bajo el aroma de un pino. Su sombra es otra cosa, más redonda, más repleta, más humana... Es una sombra como la que proyectaría doña Servanda si hubiese nacido árbol. Más simpática de todas maneras...

Miguel Delibes nos presenta en La sombra del ciprés es alargada una historia dividida en dos partes. Una primera parte, en la que el lector conoce a Pedro, quien narra en primera persona la transición entre las tres etapas claves que forjarán su carácter adulto, y una segunda parte, en la que puede verse a un Pedro ya maduro, en quien la infancia, la adolescencia y la temprana adultez han cuajado:

Si fuera posible [...] hacer un estudio médico de las personas que participamos en aquella terrible guerra, resultaría que los mutilados psíquicos somos bastantes más que los mutilados físicos que airean sus muñones.

Tanto en la primera como en la segunda parte del libro, Pedro muestra al lector su carácter introvertido, pesimista y negativo; sumamente realista hasta decir basta. Casi desprovisto de emociones, este personaje nos guía a modo de cicerone en un recorrido que abarca todos los años que lleva de vida, permitiendo que el lector pueda tomar conciencia de cómo se ha forjado progresivamente su agrio temperamento.

Como suele suceder con una persona introvertida, Pedro tiene una tendencia natural a recluirse en lo que su profesor (Don Mateo Lesmes) llama «mundo ulterior»; un mundo que se extiende más allá del entorno que rodea a la propia persona. Ahora bien, son precisamente las circunstancias externas y el contexto que envuelve a Pedro los factores decisivos que le empujan a entornar su mirada hacia ese mundo de dentro, personal, difícilmente accesible para los demás.

Hacen falta años para percatarse de que el no ser desgraciado es ya lograr bastante felicidad en este mundo.

Sólo después de alcanzar el final del libro, el lector puede valorar si la vida le ha dado o no la razón a Pedro y a los férreos principios en los que él decide edificar su etérea existencia.

La primavera dejaría de ser primavera, cuna de flores y estrellas, de atormentarse con la idea de que fatalmente en invierno habría de nevar [...]

El primer hecho que ha de constarle al lector es la orfandad de Pedro: sus padres están muertos y su tutela queda delegada en su tío. Sin embargo, su tío ocupa un alto cargo en una empresa, lo que le impide preocuparse por (y ocuparse de) su sobrino. Por lo tanto, para resolver tal situación, el actual tutor de Pedro decide que lo mejor es dejar a su sobrino en manos de Don Mateo Lesmes, quien se hará cargo de la manutención y de la educación académica de Pedro; al menos, hasta que éste obtenga su título de bachiller. Así pues, Pedro se encuentra en la casa de Don Mateo Lesmes con apenas diez años, en Ávila, en una ciudad tan amurallada como él, que (con su clima frío) contribuirá a que se recluya aún más en sí mismo, especialmente después de que sucedan ciertos acontecimientos que empañarán su futuro.

Ávila emergía de la nieve mística y escandalosamente blanca, como una monja o una niña vestida de primera comunión.
(Sobre Ávila, en el libro)

Don Mateo, Doña Gregoria y Martina son las tres únicas personas, aparte de la sirvienta (la Bruna), con las que Pedro se relaciona principalmente. Para él, el único punto de contacto con la realidad que acontece fuera de la casa de su profesor lo constituyen los otros alumnos a quienes Don Mateo imparte clases —del mismo modo en que también instruye a Pedro—. La diferencia, sin embargo, entre estos estudiantes y Pedro radica en que, tras las clases, éste último no abandona la casa de Don Mateo Lesmes, sino que cotinúa en ella, porque allí desayuna, come y cena; no sólo estudia.

De mi primera niñez bien poco recuerdo. Casi puede decirse que comencé a vivir a los diez años, en casa de don Mateo Lesmes, mi profesor.

La monotonía con la que se suceden los días de Pedro se ve un día interrumpida por la llegada de otro niño, más o menos de su edad, que se hospedará en la casa de Don Mateo en un «régimen de pensión completa», igual que Pedro. Ambos compartirán habitación y la camaradería no tardará en surgir en un contexto sumamente deplorable, con un Don Mateo triste, pensativo y pesimista; una Doña Gregoria seca y fría; y una niña pequeña, Martina, de apenas 3 años, que —salvo llamarles «nene, nene»— no tiene otro punto en común con estos dos «hermanos» que le son impuestos.

Se sentía humillada, desprestigiada, en su sexo, en su amor propio, en su educación esmerada de hembra hecha para estatua y no para pedestal.
(Palabras del narrador, a propósito de Doña Gregoria)

Los días en compañía de Alfredo se hacen más llevaderos para Pedro. Ambos cultivan una amistad sumamente sólida que la orfandad que tienen en común contribuye a arraigar más. Una orfandad que, según Pedro, es todavía peor en el caso de Alfredo: su madre lo ha dejado a cargo de Don Mateo después de que «el hombre», como los dos amigos llaman al actual querido de la madre de Alfredo, ejerza su influencia sobre ella.

Estábamos ya hechos como la mano y el guante, para encontrar uno en el otro la forma y, el otro en el uno, el calor.

A pesar de la buena amistad que mantienen durante el tiempo que permanecen en Ávila, Alfredo pronto pasa a ser un motivo de preocupación para Pedro. Su apariencia albina, su complexión delgada, su escaso peso y la tos que le acompaña —esta última, cada vez, con mayor frecuencia— hacen de Alfredo un niño de apariencia frágil. Tanto es así que el delicado estado de salud de su amigo acaba por quitarle el sueño a Pedro.

Un amigo hace sufrir tanto como un enemigo.
(Proverbio árabe que se cita en la novela de Miguel Delibes)

Tras la visita al cementerio en la que ambos dos acompañan a Don Mateo, Alfredo le confía a Pedro su deseo de ser enterrado bajo un pino. La sombra del ciprés que se proyecta sobre la lápida de otro muchacho joven (lápida que ambos ven por casualidad) impulsa a Alfredo a rehuir la sombra de este árbol: tan alargada, afilada y amenazante; las tres mismas características que hacen que Pedro, al contrario que su amigo, sí se sienta identificado con el ciprés.

Comprendí cuán fácil resultaba abstenerse antes de abrirse el apetito, qué sencillo es decir «no tomaré» cuando nada existe que nos atraiga.

¡POSIBLE SPOILER! (Busque donde pone: Fin)
Por el amor que siente hacia Alfredo, Pedro cumple con la voluntad de éste cuando fallece después de varios días tosiendo sangre sin cesar. La madre de Alfredo amortaja a su hijo, pero no tarda en seguir adelante con su vida, siempre en compañía de «el hombre». Pedro, por su parte, siente profundamente la muerte de quien había sido prácticamente un hermano para él. La forma en que Pedro interpreta el fallecimiento de Alfredo le lleva a darle la razón a Don Mateo, quien sostiene que para no sufrir en la vida es necesario desasirse emocionalmente de cuanto a uno le rodea. Este precepto de no tomar nada, porque es preferible no conseguir algo a alcanzarlo y luego verse forzado a renunciar a ello, es la base sobre la que Pedro se construye a sí mismo como ser humano.

Morir no es malo para el que muere, pensé; es tremendo para el que queda navegando por la estela que el otro trazó.

Tanto le afecta la muerte de Alfredo que, en su etapa adulta, tras obtener su título de bachiller y proseguir posteriormente con su formación, esta vez como navegante, se embarca en una vida que a menudo le recuerda las estrechas miras de Don Mateo y la certidumbre fatigosa del que sabe que día tras día le esperan las mismas acciones, sin novedad alguna. Sólo una mujer logra romper con el yugo monótono de Pedro. Sin embargo, recientemente casados y con un bebé en camino, ella fallece embarazada en un accidente de tráfico. Este hecho y la prematura muerte de su amigo de la infancia (Alfredo) parecen darle la razón a Pedro: quien nada tiene, nada pierde; y quien a nadie ama, a nadie echa en falta.

No olvide lo que le digo, el primer hijo embaraza tanto al padre como a la madre.
Fin del posible spoiler

Opinión personal

Miguel Delibes es uno de mis escritores favoritos, igual que también lo son Carlos Ruiz Zafón, Charles Dickens y las hermanas Brontë. Para mí, todos ellos tienen una pluma que encandila, y no me gusta una única obra de sus estanterías, sino varias. Forman parte de la lista de esos autores de los que leer un libro es suficiente para saber que los que vendrán detrás, probablemente, gustarán tanto (e incluso más) que los anteriores.

La sombra del ciprés es alargada es la primera novela que publicó Miguel Delibes. Es también la primera novela que he leído yo de él. Triste como ella sola, pesimista como ella sola, realista como ella sola, pero perfectamente comprensible, coherente, bien justificada, argumentada y, en definitiva, muy humana; con enunciados tan originales y acertados como el que sigue:

— Dormir poco es perder vida también, ya que la que se vive a costa del sueño se vive sólo a medias.

Las circunstancias del protagonista (Pedro) no son nada sencillas. Ya desde bien pequeño transita por derroteros bastante difíciles de sobrellevar a nivel emocional. Si las experiencias que le suceden en su infancia y temprana juventud, tan próximas a la muerte, no son fáciles de gestionar para un adulto, ¡cuánto menos han de serlo para un niño!

El hombre acostumbrado a dos, si le dan tres, será feliz; si desciende a uno, apenas percibirá la diferencia. El habituado a diez, si baja a tres, difícilmente sabrá acomodarse a esta limitación; si llega a veinte, no por ello aumentará su dicha, porque hay una raya en que, rebasada, las conquistas no proporcionan felicidad.

Es un libro que recomiendo sin duda, porque tiene mucho que aportar. De hecho, es, de los escritos por Miguel Delibes, al que más cariño tengo. Me impactó mucho, y fue el que me sirvió de entrada a la «literatura deliberiana». Eso sí, quizás no sea conveniente leerlo en horas bajas —aunque en este último caso, si se me permite la expresión, podría servir como «terapia de choque»—.

El argumento de La sombra del ciprés es alargada se ajusta en gran medida a la personalidad de Miguel Delibes y al carácter que, tanto él como las personas de su entorno, afirmaban que tenía.

Siempre he dado importancia a las manías, porque estimo que ellas son las que definen un carácter [...]
(Fragmento de «La sombra del ciprés es alargada»)

Por referir otro libro que podría aproximársele —aunque considero que no con el mismo acierto—, apunto aquí El extranjero. Esta novela breve, de Albert Camus, guarda semejanza con La sombra del ciprés es alargada en cuanto al cuestionamiento del sentido de la vida y de la muerte; aunque, en el caso de Camus, la respuesta a esta búsqueda del sentido de toda existencia se resume en lo que él denominó absurdismo filosófico, el cual es parcialmente responsable de que el libro de Camus no fuera de mi agrado (a diferencia del de Miguel Delibes).

A pesar de ser consciente de que la intención de la novela de Camus no reside en que el lector empatice con su protagonista, y aunque comprendo esto racionalmente, no lograr conectar con ningún personaje, ni con la trama en sí misma, me llevó a transitar por El extranjero sin pena ni gloria; salvo en la parte final, cuando sucede el juicio: un puntazo que Albert Camus puede anotarse indudablemente a su favor.

Volviendo al protagonista de Miguel Delibes, sí pude ponerme en los zapatos de Pedro (como dicen los ingleses), y calzarme sus pensamientos y emociones, para observar así la realidad con sus mismos ojos. He podido comprenderle, aunque no ayudarle. No obstante, no está todo perdido, puesto que esta lectura, aunque a Pedro no le sirve, sí puede ayudar al lector a entender una cosa: que en esta vida, como amamos lo que tiene caducidad (lo que tiene una fecha), sentir afecto por alguien puede doler. Pero todavía duele más contar con esta posibilidad y no desarrollarla por miedo a que la pérdida asome por nuestra ventana. El bienestar parece tener a veces un principio de deterioro inherente que intensifica el miedo a perder ese remanso de paz que tanto ha costado conseguir. Y este temor aboca tanto (o más) a la tristeza como el amor que se tuvo por alguien y que, por circunstancias de la vida, se perdió.

Me percaté entonces de que la alegría es un estado del alma y no una cualidad de las cosas; que las cosas en sí mismas no son alegres ni tristes, sino que se limitan a reflejar el tono con que nosotros las envolvemos.

Esta es una de las moralejas que, si se quiere, se podría extraer de esta novela de Miguel Delibes. Por supuesto, no siempre es fácil estar abierto a dejar fluir las emociones que sentimos por las personas a las que amamos: padres, amigos, cónyuge... También creo que si Pedro se quedó estancado en su miedo, fue porque la vida, en cierto modo —como el lector descubre al final— le dio un poco la razón. Y, si no la razón, sí un motivo que Pedro encontró suficiente para reafirmarse en su decisión de alzar una barrera entre las embestidas de la vida y sus sentimientos.

La felicidad o la desdicha era una simple cuestión de elasticidad de nuestra facultad de desasimiento.
(Palabras del propio Pedro)

Agradecimientos

[...] decía Cervantes: saber sentir es saber decir. Palabras de Luis Landero en su libro El huerto de Emerson. Yo espero haber sabido decir lo que esta lectura me ha hecho sentir. Muchas gracias, visitante, por dedicar tiempo a este blog. ¡Nos vemos en la siguiente ocasión!