La sonrisa etrusca (José Luis Sampedro) VERSIÓN BREVE

«Si el niño no estuviera tan profundamente dormido, sentiría en su moflete de nardo la lágrima resbalada desde la vieja mejilla de cuero».

La sonrisa etrusca
(José Luis Sampedro)
Reseña escrita en 2022 y publicada en 2023.

Un anciano observa cómo su nieto juega con los pajaritos.
Portada diseñada por María Elena. Realizada a partir de imágenes libres de derechos de autor, obtenidas de Pixabay y editadas en Photoshop hasta conformar el presente collage digital.

Introducción

Al igual que hice con «Londres», de Virginia Woolf, y con «La sombra del ciprés es alargada», de Miguel Delibes, en esta ocasión vuelvo a contar con dos reseñas: una, más breve, que puede dar una visión global de esta historia protagonizada por un abuelo y su nieto, y otra, más extensa, que ahonda con más detalle en la trama de la novela. El lector es libre de escoger la versión que prefiera, y juzgar si necesita más o menos información sobre lo que José Luis Sampedro relata en las páginas de La sonrisa etrusca.

Quizás, la reseña más extensa es una buena opción para quien, tras haber leído el libro, desea contrastar su punto de vista sobre la lectura con la perspectiva que comparto yo aquí.

Argumento (versión breve)

«El Sarcófago de los Esposos» es la reliquia que Salvatore contempla en el museo, de camino a Milán, hasta donde viaja para que el «Dottore» le cure «la Rusca», como él llama al cáncer que le corroe por dentro. Renato conduce el coche y Andrea espera la llegada del marido y del suegro con los brazos más bien cerrados. En la metrópolis, ante la perspectiva de una convivencia con una nuera excesivamente cosmopolita, delgada y «sin pechos», Salvatore se refugia en las recreaciones mentales de los campos sureños de su Calabria natal, encumbrados por el potente monte Femminamorta, testigo privilegiado del pasado de Salvatore como partisano: cuando luchó contra nazis y fascistas durante la Segunda Guerra Mundial; en tiempos de Hitler y Mussolini.

En La sonrisa etrusca, que recibe su título de la propia mueca que lucen los amantes de la reliquia que Salvatore contempla al principio de la novela, José Luis Sampedro nos muestra su faceta más humana como escritor. En esta ocasión, lo hace a través de la relación entre Salvatore y Brunettino: un vínculo en el que los extremos de la vida abuelo y nieto; infancia y vejez se tocan, como dos puntos generacionalmente distintos, pero no por ello distantes.

Eso mismo, florecer. Yo creía que era cosa de mujeres, que el hombre es sólo madera, cuanto más recia mejor. Pero ¿por qué no flor?
(Reflexión de Salvatore a raíz de su creciente sensibilidad, latente hasta que conoce a su nieto)

Unidos por sus propios lazos de sangre, y por la vulnerabilidad de la vejez y de la infancia, ambos construyen una relación de intensa ternura enmarcada en un contexto familiar con el que el lector puede identificarse en las fortalezas y debilidades de unos y otros personajes.

En la carnal arcilla del viejo rostro ha florecido una sonrisa que se petrifica poco a poco, sobre un trasfondo sanguíneo de antigua terracota. Renato, atraído por la canción guerrera y por los gritos del niño, la reconoce en el acto: la sonrisa etrusca.

Salvatore se opone a la frivolidad milanesa con que Renato y Andrea educan al niño. Como «salvador» de Brunettino, el anciano partisano no duda en echar mano de sus experiencias militares para aleccionar al pequeño sobre los placeres de la vida y lograr evitar que su hijo y nuera hagan de su nieto un «medio hombre». Para tal misión, encuentra una camarada en Hortensia, viuda a quien Salvatore abrirá su corazón, y en quien hallará el apoyo que necesita en su batalla contra «la Rusca».

A solas con Renato desayunándose, mientras Andrea se duchaba, le preguntó por qué no dormía el niño con ellos, como han dormido toda la vida. Renato sonrió, condescendiente:

Ahora se les empieza a educar más pronto. Deben dormir solos en cuanto llegan a esta edad, padre. Para que no tengan complejos.

¿Complejos? ¿Y eso qué es? ¿Algo contagioso de los mayores?

Renato, piadosamente, conserva su seriedad y se explica en palabras sencillas, al alcance de un campesino:

En suma, hay que evitar su excesiva dependencia de los padres.

El viejo le mira fijamente:

¿De quién van a depender entonces? ¡Si todavía no anda, no habla, no se puede valer!

Hortensia complementa a Salvatore, a quien Brunettino ha convertido en un abuelo cuya sensibilidad y pasión por su nieto contrastan con el afecto sumamente controlado que su hijo y su nuera muestran al pequeño. Así pues, Hortensia se erige como cómplice de Salvatore.

Ahora bien, aparte de intentar educar a su nieto con unos valores más adecuados que los de su hijo y su nuera, la prioridad de Salvatore radica en que su Brunettino le llame «nonno» (abuelito). También, antes de irse en paz, necesita sobrevivir al Cantannote vecino y enemigo acérrimo de su juventud y oír «nonno» en labios de su pequeño Brunettino, que ya ha aprendido a decir «no»; sólo falta que aprenda a repetirlo dos veces seguidas.

«Nonno» será su primera palabra (propiamente dicha), antes que «mamá» y «papá».

[...] el niño exclama «no» en realidad, un grito entre «no» y «na»— con explosiva energía. Y al viejo le encanta que esa sea su primera palabra aprendida, antes incluso que «papá», «mamá» o «abuelo», porque hay que saber negarse. Sí, defenderse es lo primero.

Opinión personal

La sonrisa etrusca es una novela de José Luis Sampedro, quien si bien destacó por su amplia formación intelectual, también lo hizo por su faceta humana, la cual se refleja a la perfección en este libro, a través de la relación entre Salvatore y su nieto: Brunettino; un vínculo en el que los extremos de la vida (abuelo y nieto) se tocan, como dos puntos generacionalmente distintos, pero no distantes.

Unidos por su propia sangre y por la vulnerabilidad de la vejez y de la infancia, ambos construyen y consolidan una relación de intensa ternura que lleva al lector a mirar hacia sus propios abuelos: Brunettino, tan pequeño como señala su diminutivo, es el hilo que actúa como vínculo entre todos los miembros de la casa.

[...] el olmo ya seco de la ermita: debe su único verdor a la hiedra que le abraza, pero ella a su vez sólo gracias al viejo tronco logra crecer hacia el sol.
(Metáfora en la que Brunettino es la «hiedra» y Salvatore, el «olmo ya seco» y el «viejo tronco»)

En La sonrisa etrusca, cada uno de los personajes principales que desfila por sus páginas guarda relación con el nieto de Salvatore. Así pues, el lector contempla un entorno familiar que se le presenta cercano a su vida corriente, y en el que puede identificarse fácilmente con las fortalezas y debilidades de unos y otros.

El cuidado, el esmero, la delicadeza y el detalle con los que se narra la relación entre Salvatore y Brunettino hacen de La sonrisa etrusca una novela más que recomendable, bien construida y capaz de describir a la perfección el cambio que el amor por un nieto puede producir en el carácter más rudo de un veterano partisano. Todo ello combinando la seriedad que requiere la narración con notas de humor que alimentan la complicidad con el lector:

El viejo gruñe mientras se abrocha el cinturón de seguridad. «¡Buen negocio para unos cuantos! ¡Cómo si uno no tuviera derecho a matarse a su gusto!».

Otras reseñas breves

Las reseñas que cité al principio de esta que acaba de leer, y que he escrito siguiendo la dinámica de ofrecer una versión corta y otra más extensa, son: Londres (Virginia Woolf) y La sombra del ciprés es alargada (Miguel Delibes). Clicando en cada título, se puede acceder a ellas.

Agradecimientos

[...] decía Cervantes: saber sentir es saber decir. Palabras de Luis Landero en su libro El huerto de Emerson. Yo espero haber sabido decir lo que esta lectura me ha hecho sentir. Muchas gracias, visitante, por dedicar tiempo a este blog. ¡Nos vemos en la siguiente ocasión!